Nieve.

Era un mundo totalmente desconocido para mí, y me fascina.

La armonía perfecta con la que, mientras cae, refleja las luces, simulando purpurina, y la gracia con la que se posa sobre todo lo que encuentra en el camino. Se mantiene unos instantes y, cuando quieres darte cuenta, ya no está. Las diferencias entre la nieve cuando hace mucho frío y cuando hace todavía mucho más son apreciables; nunca pensé en los diferentes tipos de nieve, hasta hace muy poco. Hasta que, de repente, vi como el viento levantaba ese polvo blanco, más parecido a arena fina que a la nieve que yo había visto antes.

Me encanta la nieve virgen en el camino, esponjosa, blanca, pura. Parece que se va a deshacer con una mirada, pero no. Incluso se puede tocar, despacio, sin que se deforme demasiado. Pero una vez la pisas, ya no hay vuelta atrás. Sí, si vuelve a nevar, la huella podrá disimularse un poco, pero aun así perdurará, debajo, y se podrá observar esa sombra diferente que te deja ver que es un camino por el que ya has estado.

Y luego pasan los días, y de tanto pisarla, y de viento, y lluvia, la nieve mezclada con guijarros pierde toda su belleza, se convierte en una masa deforme y negruzca que sólo ensucia todo lo que aparece a su alrededor. Esa agradable sensación al pisar la nieve por primera vez, cuando se te hunde el pie y estás pensando hasta donde llegará, y escuchas ese ronroneo que hace al comprimirse, se transforma en un chapoteo sucio que te empapa las botas y las deja llenas de goterones.

A veces, las relaciones son como la nieve. Al principio, puras, insondables, inabarcables. Siempre con ganas de seguir pisando por nuevos caminos, una, y otra, y otro paso más. Hasta que ya no te sorprende la profundidad. Esos pasos ya están dados, venga lo que venga después. Puede nevar de nuevo en unas horas y cubrir levemente las huellas anteriores, pero las cicatrices perduran. Y pasa el tiempo, y esa frescura se derrite, y se ensucia, y lo que antes era bonito se convierte en cansino. Y, llega un día, en el que se seca. Simplemente, desaparece, se acaba. Se evapora. Y lo único que queda son esos surcos de tierra mojada que dejó por el camino, y los goterones en las botas.


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