München.
Pues... sí. Mañana me voy.
No es un viaje puramente ocioso, pero eso no hace que mis ganas disminuyan. Me apetece esa independencia, tengo curiosidad por saber cómo voy a desenvolverme sola en una ciudad casi desconocida.
Independencia total. Soledad. Por un lado, una pizquita de miedo. ¡Pero qué ganas...! Qué gran prueba, qué libertad el sentir que en cada momento voy a ser yo la que va a decidir qué hacer, absolutamente.
Nos gusta decir que somos libres, pero realmente estamos condicionados por nuestro ambiente en una proporción enorme. Tenemos establecida una hora a la que hay que comer, una hora a la que hay que dormir, una hora a la que hay que salir, o beber, o tomar café. Y ya no solo por la norma social, sino por el hecho de convivir con otras personas, esas normas no escritas suelen ser bastante difícilmente evitables. Interaccionamos, no podemos elegir cada paso del camino a no ser que caminemos solos. Decidimos en grupo qué hacer, a dónde ir, cuándo, cómo.
Y al menos estos días, sólo yo voy a decidir, todo. Así que sí, echaré de menos esa interacción humana, ¡pero qué ganas...!
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