Entre dos lagos #2
Llegada
Después de haber pasado un día maravilloso en la capital de Suiza, Berna, cogí un tren y me dirigí hacia la ciudad de Interlaken, ahora que el tiempo todavía acompañaba. El trayecto entre Berna y la estación oeste de Interlaken duró unos cincuenta minutos. Durante el viaje me entretuve charlando con una pareja de mochileros alemanes que estaban haciendo su propio Eurotrip. Iban a Interlaken a encontrarse con unos amigos. Hablamos de lo bonito que es Suiza, de lugares de interés que visitar, de nuevas zonas de Europa a las que viajar y de diferentes cadenas montañosas.
Cuando llegamos a nuestro destino, nos despedimos y nos marchamos cada uno por nuestro lado. Ellos se montaron en un coche mientras yo esperaba mi autobús. La cosa se puso interesante rápidamente.
Como muchos ya sabemos, Suiza no forma parte de la Unión Europea. Disfruta de algunos beneficios económicos y de visado pero sigue sin ser oficialmente miembro de la UE (acuerdo firmado por otros países europeos como Noruega y Dinamarca). Hace poco, la UE en su conjunto aprobó una ley que pone fin al roaming dentro de los estados miembros de la Unión Europea.
Sabiendo esto, estuve usando una tarjeta SIM española que ya había utilizado libremente en Francia. Desafortunadamente, olvidé todo este tema en este viaje a Interlaken, incluso si no había utilizado 4G en Berna. Pasé media hora intentando conectarme a alguna red wifi. Dos redes wifi no habían estado funcionando debido a detalles técnicos de la tarjeta sim. Así pues, avergonzado y desesperado porque estaba anocheciendo, pedí la contraseña del wifi en una cafetería. El camarero se vio obligado a dármela y, mientras, averigüé qué autobús debía coger. ¡Qué bien empezaba mi viaje!
Interlaken no es exactamente una ciudad en sí. Es un pueblo que forma parte del área metropolitana de Berna. La primera impresión que me llevé del lugar es que definitivamente es un pueblo. Sin embargo, parece ser un destino turístico muy popular, ya que estaba rodeado de turistas chinos, rusos y alemanes. Un dato curioso que puede parecer algo obvio para muchos: este pueblecito se llama Interlaken porque está entre (Inter) lagos (laken).
La zona del albergue «Lake Lodge»
Cuando mi autobús finalmente llegó, cogí mi equipaje y me subí en él. El clima comenzó a empeorar, pero hacía bastante buen tiempo, un día veraniego. El autobús tomó unos cuantos desvíos y ya estábamos fuera del pueblo. A continuación, condujo por un camino muy estrecho que nos permitió contemplar una vista espectacular de uno de los dos lagos de Interlaken, el lago de Brienz. Me dirigía hacía allí porque había reservado una habitación en un albergue justo a orillas del lago de Brienz.
En más de una ocasión tuvimos dificultades para llegar debido a que la carretera era muy estrecha y los coches que intentaban ir a la ciudad en dirección contraria a nosotros causaron algunos problemas. Creo que no hace falta decir que pasamos momentos de tensión cuando parecía que el autobús iba a rozar a algún coche. Sin embargo, el conductor nos transmitió confianza, ya que maniobró hábilmente a través del precario camino. Después de lo que pareció una eternidad, llagamos a nuestro destino.
El bus nos dejó en una pequeña aldea, y realmente pareció como si nos hubiese dejado en el paraíso, ¡el paraíso suizo! La plaza del pueblo estaba a pocos metros del lago, lleno de tonos verdes y azules preciosos. Los albergues eran cabañas de madera, parecían salidos de un libro de historia sobre Suiza. Durante mi visita, se celebró un festival en este pueblecito con motivo del día nacional de Suiza. Conseguí unirme a la fiesta antes de que el evento principal del festival empezara.
El festival
En la zona principal del evento, habían encendido una barbacoa. Además, había muchos puestos donde se vendía comida tradicional suiza y postres. En algunos de estos puestos se vendían sombreros y velas para los más pequeños. En el centro de la zona principal del festival, había un escenario y, justo al lado, un espacio abierto donde se llevaban a cabo actuaciones.
Cuatro mujeres vestidas con el traje tradicional suizo, el Dirndl, abrieron el concierto bailando una danza tradicional suiza. Bailaron durante diez o quince minutos y, después, una banda de música comenzó a tocar. Esta banda estaba compuesta por un grupo de hombres y mujeres tocando en semicírculo. La actuación comenzó con un toque de tambores que poco a poco fue acelerando el ritmo hasta alcanzar el crescendo. El espectáculo continuó con unas cuantas canciones que no pude reconocer.
Cuando la banda de música se tomó un descanso, fue el turno de los demás intérpretes. Se trataba de un pequeño grupo perteneciente a la banda de música que les había precedido, pero, en esta ocasión, el protagonismo se lo llevaron tres cuernos alpinos que tocaron individualmente. Era la primera vez que veía a alguien tocar este instrumento; es un estereotipo suizo muy común, al igual que el canto tirolés. Emite un sonido grave y profundo, es casi terapéutico escucharlos en acción. El espectáculo terminó con la actuación de tres estudiantes adolescentes que tocaron la guitarra acústica.
A continuación, la alcaldesa del pueblo, la líder o quien quiera que fuese aquella persona, dio un discurso. Imagino que el tema de este discurso giraba en torno a el día nacional de Suiza, ya que la supuesta alcaldesa habló en suizo y no pude entender nada de lo que decía. Sin embargo, me quedé a escucharlo porque quería tener una idea de cómo suena el suizo alemán.
Antes de que terminase la ceremonia, decidí dirigirme a mi hostal. Después de caminar durante cinco minutos junto a las aguas color turquesa del lago, llegué al alojamiento donde pasaría la noche.
El albergue «Lake Lodge»
Había visto fotos del alojamiento por Internet cuando lo reservé, pero no pensaba que sería tan agradable a la vista en persona. El albergue, cuyas paredes estaban recubiertas de láminas de madera, contaba con tres pisos. La planta baja estaba pintada de un bonito tono amarillo que combinaba muy bien con el jardín delantero. En dicho jardín crecían árboles y había un par de maceteros grandes; me apeteció mucho tumbarme debajo de estos árboles y tomar el sol después del largo viaje que llevaba a mis espaldas. Los dos pisos superiores contaban con ventanas y cada una tenía su propio balcón donde habían plantado minijardines.
Después de pasarme un buen rato observando el lugar, decidí entrar. En la entrada me encontré con el típico mapamundi donde los huéspedes ponen una chincheta en los lugares de donde proceden. No pude resistirme y yo también puse mi chincheta antes de dirigirme a la recepción. El hostal contaba con una gran sala común repleta de mesas, sillas y sofás. Muchos mochileros estaban descansando allí, leyendo libros y cargando sus teléfonos móviles. Al parecer, solo se puede acceder a la red wifi desde esta sala, así que, todos los viajeros acuden como moscas a la miel (y yo me incluyo entre ellos). La sala común estaba conectada a una cocina muy bien equipada donde también servían café y té. Incluso tenían una caja donde todos los huéspedes que se marchaban podían dejar allí sus sobras para que las aprovecharan otros mochileros. En otra sala más pequeña tenían una televisión y varias películas en CDs. También había una pequeña biblioteca donde se podía encontrar diccionarios para traducir del suizo alemán a otras lenguas y libros sobre rituales tontos para turistas.
Me recibió una simpática recepcionista muy sonriente. Hablamos un rato a cerca de lugares de interés de obligada visita y de buenos restaurantes. Cuando terminamos de conversar, compré un adaptador suizo, pagué un libro y me marché a mi habitación.
Mi habitación no era una habitación en sí, sino que se trataba de una gran tienda de campaña al aire libre de forma piramidal y base redonda. Cuando reservé una tienda de campaña al aire libre, esperaba encontrar una estructura de madera que se pareciera un poco más a una cabaña, no a una tienda de campaña de verdad (ya me había pasado esto en otra ocasión). Me dirigí hacía la tienda aun con reservas y la abrí. Dentro me encontré a una alegre mochilera estadounidense. Charlamos un rato mientras yo deshacía mi equipaje. Ella me contó cómo había llegado a Suiza para pasar allí la semana mientras que su amiga estaba visitando otro país; iban a encontrarse en Interlaken. Tuve que reconocer que era un buen trato entre amigos con diferentes intereses turísticos pero que quieren continuar viajando juntos.
Terminé de deshacer mi equipaje y me di una ducha. A continuación, volví a la tienda y dejé mis cosas allí. Ya era noche cerrada. Decidí planear lo que haría al día siguiente cuando me levantara temprano por la mañana. Así pues, cogí mi libro y un cargador y me dirigí a la sala común. Había guardado algunas galletas y queso suizo para cenar. Una media hora después de haberme relajado en la sala común, escuché alboroto fuera. Cuando salí, vi que estaban lanzando fuegos artificiales. Escuché las exclamaciones de sorpresa de los lugareños y de los viajeros que estaban sentados en un bar cerca del lago, justo frente al albergue. Fui al bar, y encontré una buena posición para contemplar el espectáculo. Los fuegos artificiales fueron fantásticos. Para ser un pueblo pequeño, no habían escatimado en gastos. Los fuegos se estaban lanzando desde dos botes situados en el centro del lago. Cada explosión iluminaba casi todo el valle.
Cabe señalar que esta zona está bastante deshabitada, por lo tanto estaba muy oscuro debido a la inactividad humana. El lago está casi completamente rodeado de montañas; los fuegos artificiales iluminaban el cielo y las zonas circundantes mostrando en la oscuridad el espectacular paisaje. Toda la escena parecía surrealista; definitivamente es uno de los mejores momentos de todos los que viví en Suiza. Media hora después (con algunos minutos de descanso entre medias) el espectáculo terminó tan rápido como había empezado. Como tan solo llevaba puesto una camiseta y unos vaqueros, me di cuenta rápidamente del frío que hace junto a un lago en este tipo de ambiente húmedo.
Así pues, volví al interior del albergue y continué leyendo mi libro. Menos de cinco minutos después escuché el sonido de unos tambores. Volví a salir y vi a un grupo de lugareños blandiendo unas antorchas mientras caminaban por las estrechas calles del pueblo. Conté varias docenas de personas marchando por la calle; las llamas de las antorchas y el sonido de los tambores iluminaban la noche. Parecía que estaba a punto de comenzar una caza de brujas si no fuera por las risas y la alegría que se respiraba en el ambiente. Debían de haber contemplado el espectáculo de fuegos artificiales junto al lago, donde se habían llevado a cabo las actuaciones musicales aquella tarde. Era algo digno de ver. Seguramente se dirigían hacia el pueblo de al lado, a menos diez minutos de distancia caminando.
No hay nada más satisfactorio que una jornada resulte tan dinámica, llena de experiencias, sin haberlo planeado antes. Me prometí a mi mismo que desayunaría un poco de chocolate suizo y que disfrutaría el día que tenía por delante. Cogí mi libro y volví a mi tienda para tumbarme en la incómoda camilla a la que ellos llaman cama. Viajar con un presupuesto limitado no te permite darte muchos lujos.
Un día en Interlaken
Comencé el día bastante temprano, no pude dormir mucho en mi camastro. La próxima vez, pagaré los diez euros extra. Metí una botella de agua y unos snacks para picar en mi mochila pequeña, escondí mi mochila grande debajo de la cama (estrategias de mochilero profesional) y planifiqué mi día en el hall principal del hostal. No pasé mucho tiempo allí ya que el «Lake Lodge» no ofrece desayuno a los huéspedes. Después de cepillarme los dientes, me dirigí hacia el pueblo, a cinco minutos de distancia bajando la calle. Como podréis imaginar, los autobuses circulan periódicamente por este pueblecito; así que, me vi forzado a disfrutar del sol de la mañana mientras caminaba junto al lago. Acabé entrando en la oficina de correos, que también hace las funciones de supermercado, y compré algunas pastas suizas cuyo nombre no sé pronunciar para que me dieran energía durante las primeras horas de la mañana.
Mi autobús llegó quince minutos después y me subí deprisa, emocionado por pasar el día haciendo turismo.
El autobús me dejó justo al lado de la estación a la que llegué el día anterior. El cielo despejado prometía que disfrutaría de un buen tiempo aquel día. El primer lugar de interés que decidí visitar era el más espectacular de mi lista: «Harder Kulm». Se trata de un observatorio situado en la parte más alta de Interlaken. Para subir hasta allí, hay que comprar un ticket para montaros en un funicular; durante el trayecto podréis ver unas vistas majestuosas de Interlaken y de la cadena montañosa completa. En la cima, hay un restaurante increíble donde comí muy bien aquel día. Si tenéis curiosidad por saber más a cerca de este lugar, cuyas vistas son unas de las más espectaculares que he contemplado en toda Europa, echad un vistazo al post que escribí sobre «Harder Kulm» en "lugares que visitar" de mi perfil.
El pueblo
Después de haber disfrutado de las vistas de «Harder Kulm», volví a la tierra y regresé al pueblo. Mi plan era pasar el resto del día explorando Interlaken y echar un vistazo a las pequeñas tiendas, las cafeterías y las tiendas de souvenirs. También fue muy agradable sentarme simplemente junto las aguas cristalinas del lago y leer mi libro. Había turistas y algunas familias por los alrededores, pero fue un día tranquilo en general después del alboroto de las celebraciones del día nacional de Suiza. Interlaken es uno de esos pueblecitos que parecen sacados de un cuento de hadas que tienes que dejar que te sorprendan, sin planear nada. Dejad que la magia del lugar os inunde mientras paseáis por sus calles de un café a otro. Había algunas zonas donde el lago se estrechaba y se convertía en estrechos ríos y arroyos. Hay algo mágico en estas aguas de color topacio claro. Incluso es potable y está deliciosa y muy fresca, más de lo que estoy acostumbrado. Como aperitivo, degusté un rollito suizo de fresa y mago en una pastelería antes de dirigirme hacia un restaurante para comer.
Escogí un restaurante al azar, así que por desgracia no puedo deciros cómo se llamaba para recomendároslo. Sin embargo, puedo deciros que la comida era excelente. Básicamente me dio una sobredosis de queso, ya que probé el «Malakoff». Se trata de una gran bola de queso frita acompañada de una fondue y un surtido de delicatessen para sumergirlas dentro de dicha fondue. El queso era de muy buena calidad, definitivamente vale la pena probarlo durante vuestro próximo viaje a Suiza.
Después de un largo día explorando el pueblo y recuperando energías para mi próximo viaje, por la tarde cogí un autobús que me llevó de vuelta al albergue. Pasé el resto de la tarde en el bar al aire libre que hay frente al «Lake Lodge» leyendo un libro y planificando el día siguiente.
A la mañana siguiente, me levanté temprano e hice de nuevo mi equipaje para coger un tren. Volví al pueblo para comprar algunos pasteles y cosas para picar durante el viaje. Cogí un autobús que me llevó directamente a la estación de trenes, y allí me monté en un tren que me llevaría a mi nuevo destino: Parma, Italia.
Galería de fotos
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