Viaje a Bellinzona (Suiza) pasando por Milán
Era el segundo mes de los cuatro meses de estancia que estaba pasando en Turín, Italia. Mi hermana Kirsty trabajaba para la compañía aérea Emirates de Dubái y iba a hacer escala en Milán. Era la oportunidad perfecta para vernos. Conseguimos convencer a mi madre para que se uniera e hicimos un pequeño viaje juntas.
Nos reunimos en el Hotel Sheraton del aeropuerto Malpensa de Milán, donde Kirsty estaba descansando. Acababa de hacer un vuelo de 12 horas desde Estados Unidos, así que estaba muy cansada. Yo cogí un autobús desde Turín muy temprano que iba directo al aeropuerto. Busqué la habitación de Kirsty y encontré a mi madre y a mi hermana durmiendo en una cama doble enorme. Fue un reencuentro muy agradable ya que no las había visto a ninguna de las dos desde hacia unos meses. Kirsty había traído de Estado Unidos un montón de dulces muy coloridos, incluyendo un pedazo de tarta de queso con galletas Oreo de «The Cheesecake Factory». ¡Estaba buenísimo!
Nos sentamos a charlar durante horas, poniéndonos al día de todo lo que nos habíamos perdido. Fuimos a comer al restaurante del hotel porque a Kirsty le hacían descuento por trabajar para la aerolínea Emirates, y a ninguna de nosotras le apetecía caminar hasta el centro de Milán.
Milán
Al día siguiente, Kirsty tenía que volver a Dubái, así que mi madre y yo fuimos a explorar Milán. Era la primera vez que visitaba esta ciudad cosmopolita y había oído diversas opiniones sobre lo que debería esperar de Milán; sin embargo, estaba muy emocionada. Después de despedirnos de Kirsty, mi madre y yo cogimos el metro que nos llevaría directamente desde el aeropuerto hasta la Estación Central de Milán.
Nos costó llegar hasta nuestro hotel cargando con nuestras maletas, pero, una vez que nos registramos, dejamos nuestras cosas, y nos refrescamos un poco, nos marchamos a ver la ciudad. Cogimos el metro hasta la Piazza del Duomo, donde se encuentra la famosa catedral de Milán. ¡Era impresionante y tenía tantos detalles! Paseamos alrededor de la plaza y entramos en la Galería de Víctor Manuel II para admirar su increíble arquitectura y la maravillosa ropa de alta costura.
Paseamos por las calles y nos topamos con cafeterías monísimas, tiendas de ropa, grandes estatuas, basílicas y monumentos. Milán me sorprendió mucho, no era la ciudad bulliciosa y ajetreada que había esperado encontrarme y en ningún momento tuve una mala experiencia. Buscamos un buen restaurante que no fuese muy caro y que no estuviese lleno de turistas. Al final, nos cruzamos con un pequeño local adorable donde pedimos una botella de vino, un plato de pasta y un postre.
Volvimos a nuestro hotel, que se encontraba cerca de la Estación Central de Milán, porque al día siguiente teníamos que levantarnos temprano para hacer el viaje de nuestros sueños a Bellinzona, Suiza, donde visitaríamos a unos familiares.
Bellinzona
Cogimos un tren que nos llevó directamente de Milán a Bellinzona. Estaba muy emocionada. El trayecto en tren fue el viaje más pintoresco que he hecho en toda mi vida. Pasamos por valles y montañas hasta dejar atrás el lago de Como y llegar a los Alpes Suizos. ¡Era un sueño! Finalmente, llegamos a la pequeña ciudad de Bellinzona donde nos esperaba mi tía suiza. Fue muy agradable verla de nuevo, porque no la veía desde que era una niña. Ella no había cambiado nada y me vinieron a la mente muchísimos recuerdos.
Nos montamos en su coche y fuimos a su apartamento, que estaba exactamente igual a como yo lo recordaba hacía casi doce años. Dejamos nuestras cosas y nos marchamos al centro de la ciudad.
Bellinzona es una preciosa ciudad medieval. Es famosa por estar rodeada de tres castillos que le proporcionaban protección. Cuando fuimos a la plaza principal, me inundó una ola de nostalgia al recordar mi infancia, ¡parecía que había sido ayer cuando estuve en esta plaza!
Aquella noche fuimos a casa de mi primo a hacer una barbacoa. Había una enorme chimenea en el jardín y mi primo tenía preparados unos platos deliciosos. Bebimos cerveza y comimos costillas asadas, salchichas, filetes, ensalada de alubias, ensalada de patata, queso gorgonzola con polenta... y la lista sigue y sigue. Estaba llena pero la comida estaba tan rica que no podía parar. Charlamos durante toda la noche, poniéndonos al día acerca de nuestras vidas mientras la brillante luz de la luna llena nos iluminaba desde detrás de las montañas circundantes.
Dormimos muy bien aquella noche. Por la mañana, al despertarnos encontramos un delicioso desayuno dispuesto para nosotras, además de una gran taza de café. Después, volvimos al centro de la ciudad para visitar el mercado matutino.
Aquella era una ocasión especial, había cientos de personas vestidas con trajes medievales y grupos de música tocando canciones tradicionales por las calles; además, se vendían antigüedades y productos frescos. Debía de tratarse de una especie de festival medieval y tuvimos suerte de poder presenciarlo.
Después del mercado, nos dirigimos a pie a uno de los castillos de Bellinzona para disfrutar de las vistas. De nuevo recordé haber estado allí de niña y me resultó raro volver siendo adulta.
Nos sentamos en el bar que hay en la cima del castillo para charlar y tomarnos algo; nos prometimos que intentaríamos venir más veces de visita. Fue una tarde muy agradable, bien aprovechada, antes de coger un tren y volver a Milán.
Esta vez, el trayecto en tren fue un poco más triste porque mi madre y yo tuvimos que despedirnos, ya que yo regresaba a Turín y ella a Glasgow.
Fue un fin de semana increíble y fue genial reunirnos con varios miembros de nuestra familia. Me encanta Italia y Suiza, ambos están en mi lista de países a los que tengo que volver algún día.
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