Visitando Ávila con Andrea I
¿Dónde vamos a pasar el sábado?
El año pasado más o menos por el mes de abril, Andrea y yo decidimos visitar alguna ciudad que ninguno de los dos conociera y finalmente optamos por pasar un día en Ávila. Se encuentra a poco tiempo en coche o tren desde Valladolid y lo cierto es que sobre todo para los estudiantes erasmus o no erasmus que quieran hacer algo de turismo es una muy buena opción. Nosotros íbamos a hacer una visita corta de un día, ya que no creo que merezca la pena hacer noche, por la cercanía y por que la ciudad se puede ver perfectamente en un solo día. El presupuesto para visitarla tampoco es muy elevado y podéis buscar opciones para ir hasta allí como el blablacar para ahorraros algo de dinero. Pero creo que mejor os voy contando nuestro itinerario, lo que vimos, hicimos, comimos y cuales fueron nuestras impresiones… empezamos.
El día elegido para visitar Ávila fue un sábado y aunque sabíamos que nos iba a hacer frío, al menos no nos iba a llover, por lo que lo primero que hicimos nada más ver el tiempo esa semana fue coger los dos billetes de tren Valladolid - Ávila. Hay que saber que entre Valladolid y Ávila (al menos el año pasado), no hay autobuses ya que la conexión por carretera es algo mala. Pero lo que sí que hay son muchas ofertas en blablacar a muy bajo precio. Esa fue la forma que precisamente escogimos para el viaje de vuelta, un blablacar que nos llevara hasta Valladolid a los dos. Hacia Ávila salimos por la mañana, a eso de las diez cogimos el AVE en la estación de Campo Grande por unos 12 euros cada uno. Montamos en el tren y después de pasar por algunas otras estaciones de camino, llegamos sobre las doce menos veinte de la mañana a Ávila. Hacía bastante frío y Ávila nos mostró el por qué de su fama bien ganada en cuanto al clima se refiere.
Nada más llegar a Ávila
Lo primero que hicimos nada más bajarnos del AVE en la estación de tren de Ávila fue subir por una de las calles principales siguiendo los carteles que marcaban el punto donde había un centro de turismo. Estuvimos andando como veinte minutos y llegamos a un gran centro turístico donde nos atendieron muy amablemente. Nos dieron mapas y folletos de todo lo que podíamos ver en la ciudad, nos aconsejaron una ruta y nos hablaron de las plazas y calles principales. Después de haber contestado unas cuantas preguntas sobre de dónde veníamos, tiempo que íbamos a pasar en la ciudad, etc, nos pusimos en marcha para conocer la ciudad.
Lo primero que vimos de la Ávila turística, fue la Basílica de San Vicente, donde cobraban por entrar. Después de haberla visto por dentro, pasamos por la Puerta de San Vicente, una de las más importantes de las murallas de Ávila. Cuando estábamos ya dentro de la ciudad vieja o el casco antiguo como lo queráis llamar, compramos las entradas para poder subir a las murallas de Ávila y rodear todo el casco viejo. Creo que costaban como 7 euros cada entrada y algo más si querías un audioguía que te fuera indicando cada uno de los puntos de la muralla. Dentro de las murallas, en el local donde se venden las entradas, hay una maqueta donde se puede ver la muralla entera.
En las murallas el frío se notaba todavía másy aunque el día era soleado el aire venía bastante frío por lo menos durante la mañana. Recorrimos la mayor parte de la muralla y dejamos para después de comer otra pequeña parte que no está unida pero que se incluía en el precio que ya habíamos pagado. Las murallas tienen mucha historia y se han ido construyendo en diferentes épocas hasta llegar al punto donde se encuentran ahora y es muy llamativo ir leyendo cada una de las placas que hay en su recorrido e ir comprendiendo lo que pasó en cada siglo por aquellas tierras.
Después de acabar el recorrido largo de la muralla, bajamos y subimos por una calle hasta llegar a la Plaza del Mercado Chico o lo que es lo mismo, la plaza donde se encuentra el ayuntamiento de la ciudad. Es muy parecida a otras plazas castellanas como la de Valladolid o la de Salamanca, más pequeña, pero rectangular y con soportales en todos los lados de la plaza. Había unos cuantos bares y algún restaurante y llamaba la atención la poca gente “lugareña” que se veía y el gran número de turistas que había por la zona. Sobre las dos de la tarde empezaba a picar el sol pero seguía haciendo frío por lo que nos quedamos Andrea y yo unos minutos sentados en un banco en aquella plaza donde no corría el aire y el sol intentaba calentar los huesos. Al poco de estar allí sentados tranquilamente decidimos que era la hora de ir a comer y como no habíamos llevado nada era el momento de buscar algún restaurante barato con menú del día donde saciar el hambre que nos estaba entrando.
A ver dónde comemos hoy...
Salimos de la Plaza del Mercado Chico y en la Plaza Zurraquín justo al lado de la primera, nos “asaltó” un hombre proponiéndonos ir a comer a un restaurante que en apariencia era bueno, bonito y barato. Nos dio una especie de flyer como los que te dan para entrar en las discotecas, con un menú ofertado por 12 euros con todo incluido y Andrea y yo mordimos el anzuelo y fuimos a comer al peor restaurante en el que he puesto el pie en mi vida… Quedaros con el nombre y ni se os ocurra pisar por allí porque realmente es desastroso; La Alcazaba, en la Plaza Mosén Rubí. Realmente el lugar es penoso y no creo que un menú allí valga ni cinco euros. Llegamos y parecía un buen sitio, el típico restaurante castellano de ladrillo, con mesas juntas, todo parecía estar en orden, un hall de entrada lleno de fotos de famosos con el que se supone era el dueño del local… Ya por ese entonces empezábamos a pensar que todo aquello tenía trampa ya que un menú en un sitio bien no cuesta 12 euros con todo incluido y menos el menú del que nos había hablado el hombre de los flyers.
Empieza el espectáculo en el restaurante
Era relativamente pronto, había poca gente y nos sentaron en una mesa cerca de la puerta de salida. Hay que decir que los camareros y el “maitre” eran todos extranjeros, algo que no tiene nada que ver para que el local sea más o menos bueno, pero que si hubierais visto sus pintas pensaríais al igual que yo que no podían tener mucha idea de comida típica castellana. Nada más sentarnos nos dieron la carta (roída del tiempo que la llevaban usando) y a los dos minutos vino el “maitre” para decirnos qué íbamos a pedir. Como no sabíamos todavía que queríamos dentro del menú que nos habían ofrecido le pedimos otros cinco minutos. Mientras pasaba todo esto, justo en la mesa de al lado, una mujer con su marido llevaban desde que habíamos entrado en el restaurante esperando a que algún camarero les retirara el plato y no paraban de quejarse de todo (y con razón). En una de estas, cruzamos la mirada y empezaron a contarnos que ellos solían ir a aquel restaurante cuando era “bueno” y cuando se comía bien, pero al parecer, desde hacía un tiempo lo había cogido otra persona y ya no era lo mismo. Entre unas cosas y otras y después de reírnos un poco con aquel matrimonio tan peculiar, llegó una camarera que nos cogió nota y a los dos minutos nos llevó la comida (posible punto a favor, pero no... ). El primero creo recordar que se supone era una crema de calabaza o algo así, pero lo que realmente había en el plato era un puré mal pasado por la batidora con grumos de patata como cantos y encima frío. Andrea no tuvo mucha más suerte que yo y le pusieron una “sopa castellana” llena de grasa y pan frío.
La cosa prometía y después de que se fueran nuestros vecinos de mesa deseándonos “suerte” con la comida, llegaron con el segundo y lo dejaron en medio de la mesa mientras seguíamos comiéndonos el primero. En lo que se nos acumulaban los platos en la mesa, el segundo se quedaba frío. Se supone que en el menú se ofertaba un solomillo de ternera, pero realmente era un filete fino, seco y duro de (espero eso al menos), ternera. Después de comernos todo aquello frío, seco, malo y peor, pedimos una cuajada de postre, que a todas luces, acababan de sacar de una tarrina de supermercado. Lo cierto es que comimos muy mal y en general en el salón se veían cosas raras, la gente quejándose más que otra cosa y los camareros no parecían serlo. Repito y reitero, el peor lugar donde he comido nunca y para rematar… El precio de los 12 euros que costaba el menú, creció al no estar incluido el IVA, por lo que se quedó aquel truño de comida en unos "módicos" 30 euros por la peor (y me gustaría incidir en ello), comida que he comido nunca en un restaurante. A todo esto y justo antes de que nos fuéramos de aquel “restaurante”, empezó a salir humo de la cocina y a oler a quemado en todo el comedor… Sobra decir que no dejamos ni un céntimo de propina.
Os dejo el enlace de una de las páginas más reconocidas de opiniones de turistas para que veáis que no fuimos los únicos que nos sentimos engañados y que realmente el servicio, la comida y el precio eran un engaño y una estafa de mala calidad. Y no os dejéis llevar por los comentarios buenos… Son bastante más los malos…
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