El mundo desde la Duna de Pilat

Publicado por flag- Julen Diez — hace 4 años

Blog: Francia sureña
Etiquetas: flag-fr Blog Erasmus Arcachón, Arcachón, Francia

¡Hola a todos! Hoy vengo a hablaros de la Duna de Pilat, la atracción turística más impresionante de Aquitania. Me habían hablado tan bien de este lugar que no me pude resistir y lo tuve que visitar. Y francamente, fue la mejor decisión que podía tomar. Ahora quiero compartir esa experiencia con vosotros, ¡Espero que os guste!

La ubicación

La Duna de Pilat se sitúa al sudoeste de la Bahía de Arcachón, en el departamento francés de Gironda. Está a casi sesenta kilómetros de Burdeos, a doce de la ciudad de Arcachón y a treinta de la ciudad veraniega de Biscarrosse.  Está al final de la carretera A660, por donde también se puede ir a otros municipios preciosos como Le Teich, Gujan-Mestras y Biganos, del cual ya he hablado en este artículo.

La duna se ubica entre un gran bosque de pinos marítimos y carreteras que lo atraviesan, junto a la orilla del mar. También hay senderos alrededor, una opción fantástica para conocer la zona. En cuanto a ocio, existen hoteles, camping, campos de golf, playas, una noria en Arcachón y varios parques temáticos muy cerca de la duna. Es una zona llena de secretos y magia.

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La duna

La Duna de Pilat es una auténtica maravilla. Tiene cien metros de altura y quinientos metros de anchura, es asombrosamente monstruosa. Es muy conocida por toda Francia, incluso hay películas y videoclips grabados aquí. Además, miles de turistas lo visitan al año, y yo soy uno de ellos. Un turista muy satisfecho y orgulloso de haber conocido esta obra de arte hecho por la madre naturaleza.

La duna tiene un gran aparcamiento exclusivo para sus turistas, y el estacionamiento no cuesta más de cinco euros. Después del aparcamiento, hay dos calles llenas de tiendas de regalos, heladerías, bares y restaurantes.

Todo es bastante barato, aunque sea muy turística. Una vez ahí os daréis cuenta que la gran mayoría es extranjera: japoneses, alemanes, ingleses, italianos, holandeses, rusos y españoles. Hay una gran variedad lingüística y cultural en la Duna de Pilat, durante todo el año. No os limitéis solamente a visitarlo en verano, puesto que todas las estaciones del año son perfectas para hacerlo. Puede que para bañarse no lo sean, pero al menos sí para tumbarse en la arena y disfrutar de las vistas.

Después del área de negocios, existe un largo sendero hasta la duna. El sendero transcurre debajo de una parte del bosque que se esconde detrás de la atracción, creando una sombra muy placentera. Ya por su mitad se puede identificar la arena, indicando que el destino se encuentra muy cerca. Y de un momento para otro, el bosque se convierte en una plaza llena de arena con árboles solitarios alrededor. Al otro lado de la plaza se encuentra la duna.

Para llegar hasta su cima hay que caminar mucho. No mucho por la distancia, sino por el esfuerzo para subirla. La duna, como ya lo he mencionado, tiene cien metros de altura y tres kilómetros de longitud de norte a sur. Cada año crece más a la vez de alargarse, tragándose el bosque que tiene detrás. Ya se pueden ver varios árboles con sus raíces estancados en la arena, lo que muestra un paisaje único.

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Hay unas escaleras de piedra para subir hasta arriba, pero nosotros decidimos irnos a la aventura subiendo por una esquina, sobre la arena. Era impresionante ver lo imponente que era, toda una monstruosidad solamente de arena, controlando todo su entorno.

Las vistas también eran impresionantes, pues al lado de la plaza de arena se encontraba una especie de balcón desde donde se veía  todo el bosque de pinos marítimos y una pequeña parte de la bahía. Fueron unas vistas maravillosas. Desde ahí también se podía ver que no nos encontrábamos en el inicio de la duna, sino a mitad de camino. Me quedé impactado.

Por toda la ladera se podían ver huellas de pies y de zapatillas, formando caminos por todas partes. Me di cuenta que no habíamos sido los únicos en evitar las escaleras. Pero he de decir que fue una decisión muy valiente, ya que tardamos el doble en subir hasta la cima de lo que habían hecho los que subieron por las escaleras.

Y al llegar a nuestro destino, nos encontrábamos el doble de cansados. En el trayecto tuve que parar a descansar dos veces como mínimo. No estaba en forma, desde luego.

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Pero las vistas compensaban todo ese esfuerzo, y no solo durante la caminata, sino también en la cima. Desde ahí se veía absolutamente todo, el pinar que cubría todo el territorio (incluso el horizonte), el precioso mar atlántico y la Bahía de Arcachón.

La cima de la duna es todo lo que podía haber soñado. Parecía sacada de una película, no parecía real. Era una que pocas veces se ve en la vida, con una altura brutal separando un bosque del mar. Es verdaderamente impresionante.

La mayoría de la gente se apalancaba en la cima, pero muchos otros bajaban hasta abajo del todo para bañarse o pasear sobre la orilla. Nosotros decantamos por clavar nuestras tumbonas en medio de la ladera, sin nadie alrededor. El sol estaba reluciente en un cielo sin nube, y la temperatura era ideal.

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Las vistas desde ahí también eran preciosas, inolvidables. Se podía ver todo, absolutamente todo. Me gustaría recorrer toda la duna, de punta a punta, y caminar bajo los pinos que poco a poco los va tragando Pilat. Había muchos rincones ocultos, solamente había que poner los pies en marcha y no parar. La ladera era un poco empinada, también, pero tampoco era como para caer rodando. Sí es verdad que al bajarla, uno cogía velocidad. Y para subirlo era una tortura.

Y si la ladera frontal era empinada, os podéis imaginar cómo era la trasera. Para orientados un poco, la Duna de Pilat tenía forma de triangulo escaleno, y la hipotenusa era la ladera frontal (vista desde el mar). Nosotros subíamos la duna por el cateto. Uno se asustaba al verlo desde arriba, verdaderamente te podías hacer daño si uno se resbalaba.

Por toda la ladera trasera se veían caminos serpenteantes hechos por pasos humanos, y muchos elegían seguir ese camino antes que bajar las escaleras. Podía ser una aventura llena de adrenalina.

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Nosotros preferimos bajar por el mismo camino de antes, ya que estaba mucho más pisada y el camino era más seguro.

Pero aquella ladera era muy asombrosa. Una de las cosas que se debe hacer una vez llegado a la cima, es sentarse y contemplar las vistas al bosque. Da la sensación de estar en una película, en un lugar paradisíaco, y realmente lo era.

Pero la otra ladera también tenía mucho que mostrar. Todo el mundo se sentaba aquí, con toalla, butaca o sin nada, contemplando el mar, sacando fotografías o jugando con la arena dorada. Pero ni una sola fotografía puede describir toda su belleza. Era como estar en el séptimo cielo, era como tocar el cielo. Uno se podía sentir como el rey del mundo estando en una altura tan grande.

Desde la cima el mar se veía muy pequeño. Ese azul tan atractivo, con pequeños y blancos barcos surcándolo con una larga estela detrás y gaviotas dominando el cielo. Justo delante de la duna se encuentra un enorme banco de arena, el cual se llama "Arguin", y muchos barcos suelen atracar aquí para tomar el sol o bañarse.

Recuerdo cómo me fijaba en él y deseaba poder ir para verme rodeado solamente de agua y arena, con la imponente Duna delante. Es verdad que estar encima de la Duna es una experiencia brutal, ¿Pero verlo de frente, con tus ojos? Sería insuperable.

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También me gustaría haber ido al banco por nada más y nada menos que la ausencia de gente. Tener un espacio tan grande como era Arguin con preciosas orillas y sin ni una sola persona puede ser muy satisfactorio. Pero eso ya depende de la persona. A mí, personalmente, me parecería un sueño hecho realidad. Unas horas sin nadie alrededor, todo aquello para mí (tampoco quiero dar la impresión de que soy egoísta, porque a mí sí me gusta la gente, pero a veces ese deseo o necesidad nunca viene mal).

Pero como no pude conseguirlo, busqué otra alternativa. Mis acompañantes no se querían mover de sitio, así que decidí explorar la zona y pisar los lugares donde se había grabado el videoclip del dúo musical francés Freró Delavega. Bajé hasta una parte del lado este de la duna, donde no había prácticamente nadie. En este borde el área era un poco más plana, y luego, más adelante, se empinaba otra vez.

Me gustó mucho este espacio porque el arenal fusionaba con un pinar, y varias plantas propias de dunas se entremezclaban. Tenía mucha curiosidad por saber cómo era, y me impresionó mucho.

El pinar entero estaba sobre arena y sus hojas secas que habían caído al suelo (recomiendo llevarse las chancletas o las sandalias encima, ya que estas hojas pinchaban).

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Si en la explanada había cuatro gatos, aquí ni siquiera el cuarto de uno. Había varias parejas esparcidas por los bordes, en las fronteras del pinar con la duna, y nadie paseaba por dentro de este pinar.

Había un completo silencio, solamente se oía la brisa del mar. Era muy placentero. Los rayos de sol se metían entre los agujeros de (parte alta de los arboles) e iluminaban el suelo. Se parecían un poco a los rayos angelicales.

Después de recorrer todo el pinar, llegué al mirador del mar, a una altura bastante notable; no podía bajar a la orilla desde ahí, tenía que dar la vuelta entera. Pero tampoco tenía intenciones de hacerlo.

Las vistas desde aquí eran un poco mejores que desde la cima, pues el mar se veía mejor, aunque no al completo.
El banco de arena se veía más grande, y los barcos como algo más que hormigas. También se podía ver cómo la gente se metía en el agua, varias parejas besándose en este mirador, padres controlando drones con sus hijos y algún que otro local pescando.

Eras unas vistas excelentes, en general. Y no solo las vistas, sino el territorio, la bahía. Todo.

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Durante toda mi vida he visitado ciudades que me han gustado mucho, como Madrid, Londres, Burdeos y el Vaticano, y sitios como la Cueva de Altamira, el Teide y los Pirineos Franceses, pero a ninguno de los anteriores tengo tantas ganas de volver como a la Duna de Pilat y a sus alrededores. La Duna de Pilat, la Bahía de Arcachón y el departamento de las Landas.

Son tres lugares impresionantes, muy idóneos, indiscutiblemente perfectos. Tengo muchas ganas de volver, pero unas ganas irresistibles. Me han enseñado mucho a respetar la naturaleza y el mar, a disfrutar al máximo de la vida y del verano, a vivir con más paz y a tratar mejor el medio ambiente. Por cosas como esas merece la pena el mundo, y se debe cuidarlo, sin contaminar, sin ensuciar, sin estropear lo que nos han dado sin haberlo pedido.

¡Viva Aquitania y el mundo! Ningún ser humano puede construir semejante obra, y ninguno podrá destruirlo. Ni en el fin del mundo.

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Y dicho esto, doy fin al artículo. Espero que os haya gustado y que lo tengáis en cuenta antes de poner en marcha un viaje. Tanto la Duna de Pilat como la Bahía de Arcachón valen la pena, y merecen una visita digna. Son sitios que pocas veces veréis en la vida, y hay que aprovechar la ocasión siempre.

¡Un beso y hasta otra!


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