Visitando Ámsterdam. Tercer aviso.

La primera mañana que despertamos en Ámsterdam lo primero que comprobamos fue que teníamos aún todos los órganos de nuestro cuerpo. Justo después vimos que nuestros compañeros de habitación se habían ido y no habían dejado nada, por lo que probablemente no volverían más o no se fiaban de nosotros en absoluto, que también podía ser.

Era un domingo de “buen tiempo” y las nubes que hubo el sábado se habían ido todas a otra parte. Teníamos que aprovechar al máximo el día y visitar todo lo que pudiéramos de la ciudad, ya que no sabíamos como iba a amanecer el lunes.

A ver canales y patear las calles

Salimos del Amigo Budget Hostel sin prisa, a eso de las 11 de la mañana y nos dirigimos a la primera parada de bus que vimos para ver como llegar hasta el centro sin darnos un paseo tan largo como el de la noche anterior. Cogimos una línea que nos llevó hasta la plaza de los museos por algo más de 1 euro, donde se encuentra el Museo Van Gogh, el Rijksmuseum y el Stedelijk Museum. En esta plaza hay también uno de los puntos donde todo turista que visita Ámsterdam se hace una foto, el “I am Ámsterdam”. Toda la zona estaba hasta arriba de gente, turistas la mayoría y muchos españoles. Es casi más fácil pedir una foto en español que en inglés y si lo haces en inglés sin decir que eres español, cuando te la están sacando empiezan a hablar de ti como si te conocieran de toda la vida (puedes seguirles el juego y seguir hablando en inglés o decir, somos españoles). El museo Van Gogh estaba en obras, o al menos toda la zona de alrededor y como no íbamos a entrar, nos hicimos unas fotos con los cuadros gigantes que había por vayas de obra.

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El tiempo era muy bueno y se estaba muy a gusto en la calle y después de estar un rato por aquella zona, nos empezamos a meter por las calles y los canales que hay más cerca si cabe del centro de Ámsterdam. Por algo le llaman el país de las bicicletas y es que están hasta arriba las calles, atadas a los puentes de los canales, a las farolas, a las verjas de las casas, etc. Y como era de esperar, al haber tanta bicicleta, estas tienen sus propios carriles bici, paralelos a las calles peatonales y a las vías de adoquines para coches. En más de una ocasión estuvimos a punto de ser atropellados por una bicicleta, un coche o lo que pasara sobre ruedas por la calle en ese momento.

Andando y andando por lo canales y sin saber muy bien en qué calle nos encontrábamos en cada momento, acabamos en Leidsestraat, que era la misma por la que habíamos ido la noche anterior. Es una calle peatonal, pero pasaba de vez en cuando el tranvía, (otro que casi nos atropella). Esta calle está llena de tiendas para los turistas, donde venden tulipanes de madera, zuecos, molinos de viento, banderas, camisetas… y todo tipo de souvenir que se os pueda llegar a ocurrir. También hay muchos restaurantes, pastelerías y locales de comida rápida. Torcimos a la derecha antes de llegar al final de la calle para ir a otro de los lugares en los que habíamos estado la noche anterior, la Plaza Rembrandt o lo que es lo mismo Rembrandtplein.

Rembrandtplein y nuestros amigos los soldados

Está en el centro de Ámsterdam y en el centro tiene una estatua del pintor que la da nombre, además de una serie de soldados de hierro que por lo que pudimos leer en un cartel, es una representación de uno de sus cuadros “La ronda de media noche”. En medio de la plaza junto a los soldados, había dos o tres mimos diferentes, uno de ellos por cierto, que iba disfrazado de la muerte, era un poco pesado. Aquellas figuras de hierro a tamaño real, (algo más grandes incluso), nos dieron para hacer todo tipo de fotos… Alguna como esta de aquí abajo:

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Desde la Plaza Rembrandt, fuimos hasta otra de las plazas más famosas de Ámsterdam, la plaza Dam. Cruzamos uno de los canales del Amstel (que además de una marca de cerveza es un río) y fuimos por una calle que estaba en obras hasta la Plaza Dam. He de decir que la arquitectura tradicional holandesa me encanta y ver calles enteras con casas de no más de cuatro pisos, con las fachadas de colores diferentes, acabadas en pico… es una muy buena imagen. Una curiosidad de estas casas; ¿Habéis visto que todas las casas tradicionales holandesas acaban su fachada en pico y tienen un gancho en ese pico? Pues tiene su por qué. Al ser las casas tan estrechas y las escaleras tan empinadas, resulta casi imposible poder hacer la mudanza y meter y sacar muebles grandes por la escalera de la casa. Así que para salvar este impedimento arquitectónico, ponían y ponen ganchos en la parte superior de la fachada y así pueden tirar con una soga y subir los muebles por fuera para luego meterlos por una de las grandes ventanas que tienen las casas. Por algo se dice eso de "práctico como un holandes".

Plaza Dam y a comer de restaurante de los caros

El caso es que llegamos a la Plaza Dam y lo primero que hicimos fue sentarnos en el suelo en medio de la plaza y descansar las piernas un poco, que ya era medio día y llevábamos todo el día andando. La Plaza Dam es mucho más grande que la Rembrandt y es más una plaza de paso que para pararse a tomar algo. La plaza la preside la fachada del Palacio Real y en la misma plaza, está también “De Nieuwe Kerk” que significa literalmente “La Iglesia Nueva”. Por la plaza cruza el tranvía y también hay carriles para coches y bicicletas, por lo que queda dividida en dos mitades muy grandes. En la mitad opuesta al Palacio Real, hay un monumento a los soldados holandeses caídos durante la Segunda Guerra Mundial (por toda Europa hay monumentos de este tipo).

Y lo que hicimos a continuación fue irnos a comer a un restaurante italiano de cinco tenedores que tenía muy buena pinta y estaba al lado de la Plaza Dam. No, es broma, (Alejandro y Alberto os estáis riendo seguro)… Fuimos directos al primer supermercado que vimos para comprar pan, embutidos y agua y comer sentados en la calle. Nos acomodamos en unas escaleras de un edificio en la calle Damrak, que es la que une la Plaza Dam con la Estación Central de trenes de Ámsterdam (donde el último día cogeríamos el tren de vuelta a Eindhoven). Comimos viendo como un grupo de asiáticos trataba de aprender a montar en bicicleta demasiado deprisa y dando de comer a las palomas que se acercaban a por las migas. Cualquiera que nos viera pensaría que éramos unos pobres hombres que no tenían donde caerse muertos, pero el bocadillo estaba de lujo, hacía bueno y nos salió tirado de precio (hay que insistir en el “low cost” del viaje).

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Primer contacto con el Barrio Rojo

Después de comernos nuestros bocadillos, seguimos andando hasta el final de la calle sin llegar a la estación de trenes. Sopesamos la opción de dar una vuelta por los canales en barco, pero al final preferimos seguir a pie por las calles de la zona. Estábamos a un paso del Barrio Rojo, y aunque yo ya había estado (viajamos con el instituto a Ámsterdam en 2010), teníamos ganas de entrar a ver lo que se cocía por aquellas calles de tan mala fama.

La visita fue muy corta, lo justo para ver lo que había en los escaparates, tomar una cerveza y darnos cuenta de que todo aquello había que verlo detenidamente el lunes. Paramos a tomar la última en un café en la Plaza Nieuwmarkt y consultamos el mapa para ver si nos faltaba algo relevante por visitar. Nos dimos cuenta de que no habíamos estado en el mercado de las flores y nada más acabarnos la cerveza nos pusimos en marcha hacia allí.

Cuando llegamos vimos que la zona estaba llena de gente, más que en cualquier otro punto de la ciudad. Nos dimos una vuelta por el mercado, que como podéis imaginar está lleno de flores, y nos acercamos a un cruce de calles donde había una torre que se llamaba Munttoren. En el cruce de las calles Muntplein, Amstel y Singel, había un cartel que nos llamó mucho la atención. Era el típico cartel luminoso de información donde ponía a las claras que no había que comprar droga a los que la vendían por la calle y explicaba que el último año habían muerto dos jóvenes rusos que lo habían hecho. Fue leer ese cartel y un hombre bastante alto y calvo se nos acercó para preguntarnos si “queríamos algo”, ahí fue cuando entendimos el porqué de esos carteles y más aún en esa zona tan cargada de turistas. Después de decir que no al calvo en todos los idiomas que conocíamos, fuimos caminando por las calles del centro y cruzando todos los canales, dejándonos llevar por Ámsterdam sin rumbo fijo. De vez en cuando nos encontrábamos una pequeña plaza, un barrio de postal de recuerdo… Estuvimos así más de una hora, andando sin parar, haciendo fotos a canales y edificios. También buscábamos una bicicleta suelta para hacer el tonto pero eso era algo secundario.

El chino de mirada acosadora y el tercer aviso

Y después de andar, andar y andar, teníamos los pies ya planos, se estaba haciendo de noche y necesitábamos una buena ducha si queríamos salir otra vez por la noche a tomar algo.

Llegamos al hotel, comprobamos que no teníamos nuevos compañeros de habitación, nos duchamos, nos secamos con las sábanas bajeras, cenamos más fiambre y pan de las reservas de comida que seguíamos teniendo de Eindhoven… Ya de noche salimos de nuevo a la calle, aunque esta vez llovía demasiado como para ir hasta el centro y optamos por quedarnos en un barrio que estaba por el camino que habíamos seguido para ir y volver al centro desde el Amigo Hostel Budget. Era una acera con tres o cuatro bares y había poca gente, pero igualmente entramos a tomar algo.

Estuvimos algo más de una hora y la gente no paraba de entrar y salir del local. Al rato de estar allí dentro, Alberto me dijo que había un tipo que no nos quitaba la vista de encima, más concretamente me miraba a mí. Era un chino muy raro, con sandalias y calcetines, muy delgado y no paraba de mirarme. No sabíamos que pensar, si nos quería robar o “solamente” ligar con nosotros. Pero la bobada fue en aumento y al final acabamos riéndonos a carcajadas con el chino, que no paraba de mirarnos como si supiera que la cosa iba con él. Salimos del bar y de camino a casa vimos una escena que de primeras no resulta ni graciosa ni agradable, pero por una de las muchas bobadas que habíamos estado diciendo durante el viaje, hizo que nos partiéramos la caja. Desde que montamos en el avión, habíamos estado dándonos avisos cada vez que uno de nosotros decía algo sin gracia, hacía algo que no debía haber dicho, o simplemente se pasaba de la raya (un código de colegas). El límite estaba en dos avisos y al tercero en un mismo día, había que castigar al que se había pasado, de alguna forma que se nos ocurriera. Lo que vimos al salir del bar, fue una ambulancia que metía en una camilla a una persona, seguramente muy perjudicada por el alcohol. La explicación que nosotros dimos, fue que a ese que metían en la ambulancia, le habían dado sus amigos el fatídico tercer aviso. No pudimos parar de reír hasta que llegamos al hotel.

Entramos en el hall, dimos las buenas noches a nuestro amigo Hasan y nada más entrar en la habitación donde seguíamos sin tener nuevos compañeros para esa noche empezamos de nuevo a des****narnos. No sé el tiempo que nos estuvimos riendo, pero la cosa iba en aumento y ya no podía ni hablar y cada palabra que salía de la boca de Alejandro y Alberto me hacía reír más y más. Al final solo recuerdo que me quedé dormido entre risas y con dolor en las mejillas.


Galería de fotos



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Comentarios (2 comentarios)

  • flag- Alberto Manso Alonso hace 9 años

    La bobada del tercer aviso se incrementó porque encima en el hotel amigo había un cartel de que al segundo aviso (montar jaleos, broncas etc) te echaban de allí. Ya no sabíamos si al pobre hombre le habían dado el tercer aviso sus amigos o el "hotel amigo" jajajajajajaj

  • flag- Adri P hace 9 años

    jajajajaja nosotros teníamos inmunidad, Hasan era nuestro amigo!

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