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LA RED CLANDESTINA

Publicado por flag- JORGE AGUADO — hace 6 años

0 Etiquetas: flag-dk Experiencias Erasmus Aarhus, Aarhus, Dinamarca


Aarhus, Dinamarca, al norte, muy al norte de mi país natal, cambiando las ovejas por los renos, el gazpacho por la sopa y la gorra si es que nunca la usaba, por el gorro que nunca me falló.

 

Todas las noches parecían iguales, conociendo personas mientras saboreabas nuevas cervezas, y todo ello de barra en barra o dicho de forma Erasmus, completando el “Pub Crawl”, que por supuesto era un hobby al que podía acostumbrarme sin problema, hasta que llegó aquel jueves que cambiaría el resto de mi estancia.

 

Algo tan simple como un cartel luminoso, sucio pero atractivo, donde se adivinaba el nombre de Shen-Mao y que te guiaba hacia una puerta al fondo de un pasillo que normalmente no te atreverías a cruzar.  Una vez frente a ella no sabes si llamar para que abran o llamar a la policía, pero aquel lugar era tan misterioso, tan secreto, que era imposible no adentrarse en él.

 

Una vez dentro, se hace la luz y no en sentido metafórico o en el sentido divino, sino un único foco al fondo de la sala que te atrae sin dificultad. El camino es oscuro y repleto de neones, gente variopinta a ambos lados y una música más que diferente a todo lo que había escuchado, no se si era rap o un nuevo sonido procedente de la cuna del Bronx. A día de hoy sigo sin saberlo, solo puedo aseguraros que te incitaba a caminar como un auténtico gánster de los noventa y saludando a cualquier individuo que no conocieses.

 

A medida que avanzabas el bullicio de la gente se incrementaba, estaban todos en círculo, gritando y riendo al mismo tiempo, algunos saltaban, otros estallaban de jubilo como si celebrasen un gol y entonces llegué al centro del foco, me encontré con algo que jamás me hubiera imaginado.  ¿Peleas de gallos? ¿Apuestas ilegales? No, nada de eso, era una partida de Ping Pong, me quedé alucinado de que algo tan simple como ese deporte podía convertir la noche en una auténtica fiesta.

 

Se trataba de un juego colectivo, todos tenían su pala (la alquilabas pagando 20 coronas por una cerveza) y el plan era ir dando vueltas a la mesa, pasar la pelota en tu turno y correr al otro lado para devolver el golpe del rival. Cuando alguien fallaba se eliminaba, no había trampas, solo golpes suaves hasta llegar a la gran final.

 

En ese preciso instante la música se paraba, los camareros dejaban de servir, y las luces se atenuaban hasta que hubiera un vencedor, una lucha encarnizada que terminaba con chupitos, música y choque de manos. Y de nuevo comenzaba otra ronda, otra oportunidad de ser el centro de atención, otra forma de pasar la noche.

 

Fue así como todas las semanas empezaban a partir del Shen-Mao, como todas las personas que conocías eran invitadas a aquel “antro” celestial,  y como el Ping Pong de los jueves pasó a ser la resaca de los viernes.

 


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