Hasta de lo más tonto

Hasta hoy no me había quitado el luto que vestían mis uñas (de los pies, claro, todo el mundo sabe que la procesión va por dentro, y ahora que es invierno más fácilmente). He transformado el color negro del esmalte en un rojo vivo, del mismo tono que los globos que este hombre transporta.

Ayer llegaba apurada a la cita (médica) en Murcia. Me había confundido mirando la dirección en Google maps -ahora es el momento en que mi padre saltaría con un ¿Ves? ¡¿Ves?! Internet no siempre es la solución aunque funcione más rápido, las cosas importantes requieren su tiempo. Seguro que ni siquiera se te ocurrió mirar el mapa de carretera que te regalé cuando te sacaste el carnet de conducir. Y qué razón tiene. En todo, como siempre. Y también como siempre, cada frase es extrapolable a otros ámbitos de la vida-. Del centro de Murcia donde se encontraba la clínica, el servidor de mapas me había mandado a la zona del Infante. A pesar de haber salido con tiempo, una vez perdida, a ver quién es la guapa que se mete con el coche en pleno centro. Suertudamente encontré aparcamiento, un poco alejado, pero un aparcamiento al fin y al cabo. Metí una moneda a la máquinita que te cobra por aparcar -en la calle- en línea azul y eché a correr (maldita la hora en la que me levanté esa mañana con ganas de ponerme tacones). Me dirigía apresuradamente sin saber muy bien a dónde y ya llevaba siete minutos de retraso. De pronto me encontré con esto:

Me detuve. Tomé una primera foto y salía demasiado lejos. Aceleré un poco más el paso para fotografiarlo a él y a sus globos rojos más de cerca. Por un momento olvidé esa prisa que me angustiaba, ese sentimiento de estar perdida, esa asfixia de no saber dónde ir, y me paré a contemplar al hombre de los globos rojos. ¿Quién será? ¿A quién llevara los globos? ¿Por qué serán rojos? ¿Cuál será su historia? ¿Cuestión de amor? ¿Simplemente el intermediario de un trabajo? De pronto regresé a la realidad. Todo a mi alrededor volvió a retomar su ritmo normal y el ruido de los coches que pasaban por la carretera paralela se escuchaban de nuevo tan insoportables como siempre. El hombre dobló la esquina y le perdí la pista. Podría haberlo seguido y averiguar de qué se trataba todo aquello, pero no lo hice. Dejé volar mi imaginación y eso me gustó mucho más. Recordé que puedo volver a dar rienda suelta a mis pensamientos.

Ayer sábado encontré el lugar donde se ubicaba la clínica diecinueve minutos más tarde de cuando me esperaban, pero también encontré algo más un ratito antes.

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