Sulkemalla Ovet (Cerrando Puertas)

Publicado por flag- Asier — há 13 anos

Blogue: El Apagadespertadores (Asier pt)
Etiquetas: flag-fi Blogue Erasmus Pori, Pori, Finlândia

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Es tremendamente curioso como unos gestos cambian de un contexto a otro. Como cosas simples, cotidianas, que has hecho sin pararte a pensar una y otra vez día tras día, a veces son más complicados, como si se tuviera que invertir un esfuerzo superior para realizarlas. Hoy he cerrado la puerta de mi piso por última vez y la puerta pareció que pesara el triple, como de haber estado viviendo en una cámara acorazada. Dentro se han quedado las risas, las noches, los momentos, los susurros, los fríos, las depresiones y el compartir de un inmenso aprender que ha sido Finlandia para mí. Dentro se han quedado las añoranzas e ilusiones de dos mundos diferentes y a la vez cercanos. Así, mi habitación se convirtió en un amplio cubículo cual compartimento estanco. Nada entra ni sale sin control previo. Era un punto intermedio donde digerir este mundo hostil y donde no terminar de olvidar el mundo del que venía. Un subuniverso en el que protegerme de la frialdad finesa a base de frialdad propia. Ahora me cuesta realmente entender porque lo hice así pero durante mucho tiempo habitación era muy parca en decoración. Nada propio. Paredes blancas y vacías en las que solo se veía algo de humanidad en un pingüino de peluche como amuleto y una minifigurita de Athletic que mi padre se empeño en que tuviera. Nada acogedor, lo suficiente para forzarme a salir a ese mundo blanco para hacerme un sitio, integrarme y no enquistarme en esas cuatro paredes. Hoy cuando he recogido mis cosas y he almacenado lo que no me llevaría la montonera era colosal. Un sofá, dos lámparas de noche, una alfombra, fotos impresas en folios, posters, una cortina… he terminado apreciando mi vida aquí.

He tenido tiempo para hacer balance. Para recordar todo lo vivido e integrarlo, para no olvidarlo. Durante las casi cuatro o cinco horas que me ha costado limpiar todo el rastro de mi permanencia aquí todo eran recuerdos. Es acojonante como tu cerebro puede asociar tantos recuerdos a tan ingente mierda. Que si esta mancha es de la última fiesta, que si estos calcetines que creía perdidos se los tiré a no sé quien para hacer la gracia… etc. Y sin querer, dejándote llevar, evocas tantas y tantas veces que has limpiado después de una fiesta, de una cena o simplemente porque el hijo de la gran Hungría, como siempre, seguía haciéndose el Sueco. He repasado tantas confidencias con Sabine en el sofá, la silla de la verdad con Patri, los cafés con Olivia, las conversaciones de blondies con Thibault aprovechando que la manada subía al feudo catalán, la creación de cerveza con Iván… ¡Cuantos momentos!

El día empezó denso, amargo. Cuando desperté una lluvia lenta pero persistente regaba todo Pori. De éstas que al principio no molestan del todo pero que abotaga tu mente y minan tu cuerpo mientras caminaba hacia la universidad en busca de terminar con la burocracia académica. Al terminar nos tocaba despedir a la que ha sido una de las personas más importantes en mi estancia aquí: Patri. Se fue serena, impertérrita pese a la lluvia, pese a que la checa no paraba de llorar y pese a que, como Iván, era una de las que no tenía sensaciones contradictorias, no quería volver. En Madrid se la esperaba con alegría, familia y amigos la iban a dar la bienvenida de nuevo, tras ello un sinfín de celebraciones entre examen y examen… y vuelta a la rutina. El mayor de los temores de la mayoría y, a la vez, una losa demasiado grande para algunos como Patri quien, desde su prisma rebelde veía en el extranjero un idílico paraíso donde no pensar en injusticias políticas o, como decía ella, en nuestras mierdas. En Finlandia sus mierdas, las suyas propias, se basaban en agotar sus innumerables horas muertas en el zulo. El 414 de etappi pronto se convirtió en el zulo de todos y de nadie. Un mundo subversivo y paralelo donde el rey era Facebook y su subalterno el tabaco. Patri nunca cocinó en todo su Erasmus, nunca se hizo la cena pero tampoco se saltó su dieta. No fue una cuestión de tacañería, más bien fue una cuestión de parasitismo simpático y entrañable. Amiga de todos pero propiedad de ninguno, sin hacer demasiado ruido, a poquitos, sin dar más voces que su histérica risa se ganó el corazón de todos.

Pocas horas después le llegó el turno a las catalanas. Arian y Olivia. Un dúo engranado perfectamente, equilibrado, sobrio y loco al mismo tiempo que fue durante todo este tiempo mi verdadero hogar. Olivia fue mi madre aquí. Poco importaba que fuese menor que yo o que me auto erigiera siempre como sensato consejero: era ella la que siempre, desde su serenidad inocente, me aconsejaba a mí. Una catalizadora perfecta de impulsos y pasiones que siempre ha tenido una sonrisa o palabra amable. Arian fue la revolución. Un torbellino imparable de alegría y desenfreno, una pasión de incontinencia verbal y gestual que se chocaba brutal y continuamente contra mí. Me encantaba. Podríamos habernos pasado horas argumentando y reargumentado para acabar repitiéndonos el uno al otro agotados de nosotros mismos. Juntas formaron el feudo catalán. El 212 de etappi fue un lugar donde acogerse, posada de muchos y segunda casa de otros. El lugar perfecto para una buena conversación, un café a media tarde o un excelente cena el resto de las veces. Un lugar donde estar, ver pasar las horas y darse cuenta allí uno estaba en casa.

Su marcha fue algo peor. La checa desconsolada ponía la banda sonora a lo que el resto pensábamos: ahora sí, esto ha llegado a su fin. El vacío de lo catalán era demasiado grande como para obviarlo, todos teníamos ya fijada nuestra hora. Finlandia se había acabado. Al día siguiente se iría la checa, no sin lágrimas una vez más, y yo me trasladaría a casa de Iván a pasar mis últimos días antes de coger el avión que me devolviera a casa.

Como he dicho al principio me costó mucho cerrar la puerta a las once de la noche de un día tan emotivo. Aún sigo aquí mirando como un idiota al 116 de etappi sin saber muy bien si entreabrirla o dejarla cerrada para siempre. Miró la cerradura y me devuelve la mirada con una sonrisa coqueta de quien no se cree que nunca la vayas a mirar más. En derredor las antiguas habitaciones de tantos otros compañeros, las escalinatas de medio caracol, el lúgubre pasillo y la doble puerta que da hacia la calle. Son las once y media de la noche y el día aun produce sombra tras mis pasos. Con gesto firme y mirada melancólica encamino hacia ese sol que no termina de ceder y ponerse. La página ya ha tornado en el libro de mi vida aunque me resista a saltar de línea en línea en busca de textos pasados.


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